Nanoeditorial de poesía. fabricación artesanal de títulos. Tiraje limitado. Distribución en bicicleta dentro de Santiago. Pedidos a garageediciones@gmail.com.

lunes, 25 de enero de 2010

La alerta de Ernesto González.

Palabras para Higiene. Ediciones del Temple, Santiago 2007.


Higiene no será el mejor libro de poesía de la primera década del 2000 pero es el que más claro habló en medio de la contagiosa zalagarda. Políticamente es un libro con convicciones que da la espalda al habla inmediatista, alertando del asedio a unos cuantos, que hemos visto en sus poemas el generoso acto de retratarse vendado sanando de la refriega diaria de la poesía.
Su reflexión anclada en el lenguaje se ocupa de un material bajo sospecha del que Ernesto es al mismo tiempo escéptico y creyente. Su limpieza se produce a regañadientes a pesar incluso del sujeto que relata. Leído al modo de diario Higiene trata sobre el acto de la escritura; sus espejismos y simplificaciones, sus salidas falsas, sus zócalos y peligrosos sifones.
La suya es la guillotina del ocio. En la distracción el tiempo pierde su medida y el lenguaje aparece reflexivo e impresionista. Ligada al instante la afirmación aparece fugazmente y luego se pierde en el vacío del ocio. La nada aquí es el no lenguaje. No hay una urgencia por copar esa nada con la hipnótica pesadilla del yo (he aquí un espejismo, una simplificación) sino que acepta su omnipresencia más allá de las posibilidades del individuo. El lenguaje poético como anomalía a penas quebrando, si hay suerte, el tiempo y el vacío.
A ratos esta poesía olvida su prurito de representación de la realidad y se convierte en afirmación de realidad, relato de una excavación. Al final de la búsqueda una trufa entre los dientes es recobrada. Aún en el descubrimiento permanece su desconfianza: “púdrete si nadie te traga”
Su Valentía es enfrentarse al límite de sus capacidades. Allí donde lenguaje se acaba y deja de timar para hablar sin halagos ni malabarismos. Él ha cernido, tamizado, lijado los episodios hasta hacerlos como aquellas piedras paleolíticas, filosas y útiles para separar la piel de los músculos, rebanar, extraer la médula.
Su trabajo nos ha servido a algunos cómo lámpara guía en la profundidad de una mina cuyo aire muchas veces se torna irrespirable. En aquellas lentas jornadas en que somos tentados a perder toda esperanza Ernesto González nos ha enseñado a trabajar con el material más filoso, el revés de la trama del lenguaje poético, su verdadero rostro.



Marcelo Guajardo.

1 comentario:

Ernesto González Barnert dijo...

supongo que no sobra aquí decir mil gracias Marcelo por la atención en mi libro, todo lo que dijiste. Te estoy eternamente agradecido.